Coppi – Bartali. La foto de la las fotos

Hoy hablaremos por primera vez de dos mitos a los que la Segunda guerra mundial les truncó la carrera y que, pese a todo, marcaron una época en el ciclismo mundial y para Italia fueron un símbolo de “las dos Italias” del momento.

Por un lado el joven Fausto Coppi (Il Campionissimo), elegante, precursor del ciclismo moderno con su alimentación medida al milímetro, con su masajista personal -el ciego Cavana, quien le recomendaba dormir en posición fetal para que los músculos mantuvieran la posición del pedaleo-, sus innovaciones en el material de las bicicletas, la selección de sus coequipiers con reparto de funciones muy precisas. Era el Coppi progresista, adoptado como símbolo por la izquierda italiana, tachado de filocomunista, abucheado por algunos seguidores que pintaban insultos en la carretera porque Fausto había abandonado a su esposa y aparecía en público con otra mujer casada, la misteriosa “dama blanca”. El Papa se negó a repartir su bendición al pelotón del Giro porque entre el rebaño estaba Fausto, la oveja negra.

Por otro lado el viejo Gino Bartali, el león furioso, el atleta corajudo a la antigua usanza que destrozaba a sus rivales con la fuerza bruta, el ciclista racial que nada más cruzar la meta encendía un cigarro, el devoto que levantaba capillas a la Virgen, el símbolo escogido primero por Mussolini como estandarte del fascismo y adoptado después por la democracia cristiana.
De vez en cuando, Bartali enviaba a sus gregarios para que se colaran en la habitación de Coppi y recogieran todo lo que encontraran, frascos, tubos, cajas… A pesar de sus pesquisas, Gino nunca encontró el ingrediente secreto de Coppi. Pero su obsesión le hizo desarrollar teorías extravagantes: sostenía, por ejemplo, que a Coppi se le hinchaba una vena en el hueco trasero de la rodilla derecha cuando marchaba fatigado. Por eso, encargaba a uno de sus gregarios que la vigilara durante las etapas de montaña. Si la vena se hinchaba, Bartali recibía la señal y se lanzaba al ataque.

Entre ellos el pique sobrepasaba incluso la competición: “Si Bartali se compraba un coche nuevo, Coppi se compraba otro más grande”… Pero más allá de sus rencillas, Fausto y Gino se necesitaban. Los dos sabían que esa gran rivalidad creaba expectación, y que la expectación se transformaba en altos contratos para las carreras. El mayor duelo deportivo de la historia también era una máquina de hacer dinero que ambos supieron exprimir. La Gazzetta dello Sport necesitaba a la pareja para vender más ejemplares. Bianchi y Legnano los necesitaban para vender bicis. Los dos tenían muy claro el valor económico de su rivalidad.

Y el pueblo italiano tomó partido por el uno o por el otro. Los italianos eligieron hacerse la guerra a través de estos dos ciclistas.
Esa rivalidad de los dos ciclistas y de las dos Italias quedó resumida en una foto del Tour de 1952 en el Galibier.
La famosa foto del paso del botellín (“passaggio della borraccia”) que se convirtió en una de las imágenes más legendarias del ciclismo.

¿Quién le pasa el agua a quién?
¿Qué Italia acudía al rescate de la otra?
Aquello era una genuflexión en toda regla, un símbolo de debilidad.

La foto es del fotógrafo Carlo Martini para La Gazzetta dello Sport.
Bartali lleva sus dos botellines en la bici y Coppi uno en la mano izquierda. Pero la clave de la duda está en que no es un botellín lo que se cruzan sino una botella de agua (dicen que Perrier, jajaja).
Una botella que seguramente les debieron dar desde la cuneta y que uno de los dos le pasa al otro.
Esa foto hizo correr ríos de tinta en Italia y cuentan que, los más viejos tifosi, aún discuten apasionadamente sobre quién da el bidón a quién.
El fotógrafo nunca quiso aclarar este misterio, Fausto murió muy joven (en 1960) y Bartali negó siempre recibir nada de Coppi: «Se lo di yo», explicaría (el ego de los dos impedía asumir cualquier vulnerabilidad).

Como curiosidad, comentar que la foto original en realidad no era ésta, fue recortada. La foto original, descubierta en el inmenso archivo de un ciclista de pista (Marino Vigna) incluía a Stan Ockers, un belga que terminaría segundo aquel Tour.
Mirando ahora las dos fotos de arriba veo que a la foto de la izquierda (blanco y negro) le han borrado la sombra de la rueda trasera de Ockers, que sí aparece en la portada de la revista.

Para acabar, un descubrimiento reciente: Gino Bartali murió en el año 2000 sin que nadie supiese el lado oculto de su historia, la del corredor que dedicó varios años a salvar la vida de ochocientos judíos. Para ello se valió de su bicicleta: Bartali pedaleaba hasta los conventos, pasaba con su bici a una sala, soltaba el sillín y el manillar y metía los papeles dentro de los tubos de la bicicleta. Después, volvía a las carreteras y recorría las parroquias de la región para entregar los documentos a los curas compinchados, quienes luego se los pasaban a los judíos. Y así, bajo la apariencia de simples entrenamientos, llevaba los papeles de un lado a otro. Era imposible sospechar en aquel momento de uno de los grandes mitos del deporte italiano, del hombre que había conseguido darle a Mussolini el Tour de Francia en 1938.